Crónica: 1º Día Rock Imperivm (Miércoles)

Qart Hadasht fue el faro ibérico hasta la conquista romana, donde el gran Imperio le otorgó el título de Cartago Nova. Arrebatada a los cartagineses en las guerras púnicas, se convirtió en una de las capitales más bellas, prolíficas e ilustrativas del viejo continente. En la actualidad, su legado cultural ha fusionado las líneas temporales en un vórtice inaudito. La arena deja de teñirse de sangre, la música resuena en las paredes, las bandas desfilan en carruajes de gloria y el público clama a sus ídolos pidiendo diversión social en todo su esplendor. En el Parque del Batel, el Coliseo musical se alza ante el imponente Mare Nostrum, quien observa en silencio. Las batallas por el honor y la calidad interpretativa se dan cita en el magnánimo Rock Imperivm, donde cuatro días de música metal/rock vuelven a escribir una triunfante página en el libro de la Humanidad con el sello de Madness Live!




 

Blackbriar


El público estaba ansioso porque diese comienzo el Rock Imperivm, así que el inicio corrió de la mano de la joven y espectacular banda Blackbriar, cuyo estilo sinfónico con toques ambientales oscuros supuso la mejor forma de enseñar el vertiginoso ascenso que han tenido los helvéticos en su corta trayectoria profesional. Con sólo dos discos de estudio y varios EPs, Blackbriar no dudó en aprovechar el sosegado tiempo atmosférico para que el público se moviese al son de sus singulares canciones repletas de energía junto a la portentosa voz de Zora, la joven cantante cuyo registro vocal ya se iguala con artistas de renombre. Haciendo gala de su don, fue la figura central de toda la actuación, aunque el resto también consiguió llevarse parte del protagonismo interpretativo. Incluso con el calor circundante, soportable según cada uno, nadie quiso perderse la apertura sinfónica del festival.


Dividiendo el setlist por su discografía, Zora se comió, literalmente, el corazón de los asistentes mediante su hipnótica laringe, la cual podía texturizarse en lo que ella quisiese, fueran las líricas, los sentimientos a expresar, la actitud melódica… Todo ello no tendría sentido sin sus guitarristas Bart y Robin, adalides del puro sonido distorsionado que escapaba por los monitores y cuya nitidez encogía el corazón en pasajes como «Deadly Diminuendo» y «Cicada». Sin quitar la sonrisa de su rostro y manteniendo unos graves nivelados, Siebe estructuró la base rítmica a la vez que René, quien tuvo un especial reconocimiento en su percusión adornada con un efluvios de un estilo clásico modernizado. Relegado en un segundo plano aunque fundamental en la banda, el teclado de Rubén era la clave de la ambientación que envolvía al Coliseo, enseñando el potencial oculto de Blackbriar y que Zora se encargó de repartir por todos los rincones del evento. Sólo ocho canciones bastaron a los helvéticos para que la gente les aplaudiese vigorosamente y les pidiesen algún bis que, por desgracia del tiempo, nos quedamos con las ganas, y la banda quizás también.

Turmion Katilot


La fusión artística del black industrial metal/rock puede ser bastante interesante si se logra que la gente disfrute y se regocije mientras los demonios guían la música. Unas veces sale bien, otras mal, y en el caso de Turmion Katilot, ni palabras habría para describir la visión del público saltar y bailar como si de una boda real se tratase. Conocida por ser una referente dentro del estilo musical, su salida al escenario provocó oleadas de singulares moshpits que, en vez de golpes y empujones, se recubrieron de coros y alegría desmesurada. Ataviados con corpsepaints variados y dispuestos a extenuar al Rock Imperivm al límite, el sexteto finés sacó todo su arsenal discográfico que, guiado por su último álbum «Omen X», resaltó la importancia de su extensa carrera profesional. Aunque hubo ciertos altibajos en el sonido general, no se le dio mucha importancia. Sin embargo, se echó de menos algo más de versatilidad por parte de algunos integrantes de la banda.


Con motivo de su llegada al Coliseo, tanto Raaka Pee como Shag-U se dedicaron a envalentonar al público mientras cantaban los éxitos más notables, comenzando a lo bestia con la tríada clásica de «Lepositeet» «Pirun Nyrkki» y «USCH» sin apartarse el uno del otro cual nexo vocal trascendental. Ésta última fue el comienzo de una algarabía social donde la diversión y las bromas se hicieron patentes hasta el fin de la actuación. Los gestos de Master Bates al bajo a la vez que daba alguna caladilla, la rudeza de RunQu mientras mantenía su teclado en una escenificación de trasfondo adecuada, los baquetazos de DQ en su conjunto baterista… ¡Cualquier diría que Turmion Katilot lo dio todo en el escenario! La ocasión lo merecía, y sacándose un setlist de casi una docena de temas, cortos se quedaron cuando el público, irradiado de un sentimiento fiestero sin igual, les acogió en el Coliseo con los brazos abiertos y más. Pueden que vuelvan en un futuro, pero su vivaz actuación en pleno verano quedó grabada en la memoria del festival.


 

Ronnie Romero


Oficialmente, la tarde había llegado al Rock Imperivm, así que después de comer bien y sin demora alguna, la audiencia se incrementó bastante para presenciar al mejor cantante actual de este país, el chileno Ronnie Romero en toda su salsa gracias a su proyecto en solitario. Tras petar, el año pasado, con Elegant Weapons, ahora le tocaba a él con el protagonismo absoluto. Sonriente y carismático como siempre, Ronnie nos ofreció un espectáculo sin reservas ni ocultaciones; todo fue dedicado hacia un público que tenía que ganarse para poder grabar partes de su inminente lanzamiento en vivo. No es necesario decir que con sólo las tres primeras canciones, escogidas de su nuevo álbum «Too Many Lies, Too Many Masters», la gran mayoría de los asistentes meneaban su cuerpo y cabeza al son de un grupo conformado por estrellas artísticas que auparon al gran cantante hacia un nivel superior de su creatividad ilimitada.


Sonando por todos los sitios del recinto, Ronnie nos deleitó también con versiones de otros  proyectos a los que pertenece, como The Ferrymen con Karlsson y Terrana. Su voz, tan épica y limpia como siempre, encandiló al sentido acústico como las brisas que envolvían las nubes. La gente cerraba los ojos y las melodías del virtuoso José Rubio nos hacían recrear paisajes a la vez que Javier ponía el aspecto grave sin apenas esforzarse. Al igual que los anteriores, Andy revolvió los pilares del Coliseo con su pulida técnica percusionista y los teclados de Francisco adornaron cada verso y estribillo que los coros ensalzaban en una orquestra accesoria. Agradecidos a cada aplauso y ovación, la banda continuó el repertorio hasta que el fin acabó sorprendiendo con el cover de Dio «Rainbow in the Dark», toda una declaración de intenciones joviales que Ronnie aprovechó para destacar como una de las mejores figuras vocales de España, ¡y eso que todavía le queda mucho por recorrer! Quizás los detractores hablen sin saber, pero quienes vimos al chileno en el Rock Imperivm, sabemos que llegará muy lejos, ¡más allá del estrellato musical!




 

Eclipse


De nuevo, la tarde de Cartago Nova seguía sonando a mucho metal/rock con sonidos potentes. Volver a escuchar a Eclipse fue sido una grata sorpresa, especialmente para quienes lo veían por primera vez, del cual no olvidamos el tremendo espectáculo que dio la banda en su tiempo de actuación. Unos ritmos que enganchaban al primer toque de acordes, mucha fuerza sonora y una Actitud que amenizó el sopor calorífico con una sonrisa y haciendo vibrar a todo el público que iba llenando, cada vez más, el festival. Desde las modestas posiciones del público, bien se escuchaba la principal voz del grupo, el guitarrista Erik acompañado de ese derroche de simpatía que conectó en todo momento. La notoria intensidad de la batería, en manos de un grandioso Philip, nos hacía vibrar con un ritmo energizante canción tras canción, mencionando a «Got It!» y «Blackrain». Justo aquí hubo un problema con la percusión, lo cual resultó en la interpretación acústica de «Battlegrounds», exquisite como siempre y que no perdió ni un ápice de su calidad musical.


Arrodillados ante el glamour y energía de Eclipse, la presentación del nuevo disco con «Falling to my Knee» fue una fiesta en la que el Rock Imperivm saltó a la vez, lo mismo que con «Anthem», donde el mensaje positivo de las líricas nos hizo ver que hay siempre hay motivos para salir adelante en contra de la adversidad. Aunque hubo momentos en los que el sonido general no era el más adecuado, se pudo solventar sin problemas mayores y no afectó a la calidad del directo. Por su parte más conmovedora, «Twilight» marcó los compases del final con Erik siendo un globo de empatía que contagió a los asistentes para que «Viva la Victoria» se corease como un himno inmortal. Sin duda y tras cerrar la actuación entre lágrimas de emoción, Eclipse es un grupo que supo, con creces, dar la talla ante los presentes y dejando una huella imborrable en el Coliseo. Muy pronto regresarán a España de gira, y de seguro, el inminente lanzamiento de «Megalomanium II» va a dar mucho que hablar en el hard rock europeo.




 

Uriah Heep


De la modernidad de Eclipse y su singular estilo rockero, le tocaba el paso a la nostalgia y las épocas doradas de la música en las décadas de los 70’ y 80’. Veteranía en la composición, conocimiento de la teoría, mucho rock/metal en la piel y todo ello, recorriendo nuestras venas cual emoción candente, fue lo que sentimos con Uriah Heep. Muchos dirán que son unos vejestorios o que deberían retirarse con honores… Para Mick Box, reputado guitarrista y maestro de maestros, el tiempo se paró hace mucho tiempo. Delante de un decorado digno para la presentación del último álbum, «Chaos & Colour», el quinteto británico fue el primero de la tríada en dar un espectáculo memorable. Quizás peinen canas durante las grabaciones en el estudio y ésa es la clave del éxito que tuvo Uriah Heep en el Rock Imperivm, unir la experencia y la Sabiduría sin perder su toque clásico en la actualidad. Todo un logro que la gente comprendió de inmediato y así actuó, especialmente, quienes llevaban su fanatismo musical a unos niveles insospechados de gozo.


Mick, Bernie, Phil… Todos sabían que la discografía de la banda era demasiado jugosa como para obviarla en favor del reciente lanzamiento. Con una docena de canciones, juegos al público y mucha alegría circundante, se demostró que Uriah Heep no sacó mucho arsenal para contentar al Coliseo. No obstante, ese aspect les condenó un poco, pues fue una verdadero pena que el sonido de los micrófonos no fuese el correcto en varias ocasiones. Aunque Bernie ponía todo el ímpetu personal en unir los coros en «Stealin’» o «Sweet Lorraine», su potente voz se diluía ante la imponente batería de Russell, todo un portento físico incluso en las ondas mecánicas expelidas en sus tremendos baquetazos. Estaba claro que temas tan míticos como «Free N’ Easy» y «Gypsy» no iban a faltar en la actuación, de modo que la gente los canto al son que Bernie marcó gracias su incontetable actitud de mando. La sorpresa magnánima llegó cuando, en el final de «Sunrise», Ronnie Romero y Richie Faulkner (Judas Priest) salieron a escena como invitados de lujo en «Easy Livin’». Aquel hecho ilusionó en demasía, pues empalmar el presente con el pesado resultó en un frenesí de caras sonrientes por un concierto casi impecable. Eso sí, no hay que quitar mérito a la versatilidad de todos los artistas de Uriah Heep, dejando claro que la edad es sólo un número sin mayor razón.


Extreme


Ellos se consideran funky metal/rock, ¡y es la pura verdad! Decirle algo disconforme al trío de Nuno, Gary y Pat es una odisea que nadie se atrevería a hacer; menos con el increíble concierto que Extreme realizó ante la máxima expectación del Rock Imperivm. Nada intimidó el hecho de ser el telón de Judas Priest, pues la banda yanqui fue a lo suyo. Es decir, ofrecer un show de calidad divina y que la gente sufriese ataques cardíacos viendo a los ídolos de los años 90. Tras separaciones, shows únicos y otros percances a lo largo de su trayectoria, Extreme dio un subidón al mundo del rock/metal cuando se anunció el regreso definitivo en 2007. A partir de ahí, la banda ha hecho que la gente reviva la pasión por el funk/glam como si les fuese la vida en ello. Cierto es que están algo mayores, pero la tontería se quitó rápido cuando vimos a Gary moviéndose cual bailarín de ballet, al igual que la desorbitada habilidad musical de Nuno. Guitarra eléctrica o acústica, levantado o sentado… Es que hasta tumbado, Nuno nos dio un recital solista que deprimía a cualquiera al pensar en la posibilidad de igualarle, ¡aunque fuera un poquito nada más!


Todos sabemos que «Extreme II: Pornograffiti» es un disco que todos tenemos una copia sí o sí, así que el cuarteto nos ofreció lo mejor de él, incluyendo medleys que supusieron una locura mental. Por supuesto, no faltó ese hito imperecedero de la acústica «More than Words» que hizo llorar a los asistentes a moco tendido. El nuevo disco también tuvo su presencia, «Six», pero la gente quería escuchar lo mejorcito de la discografía, deseo que se cumplió más de lo que queríamos. Viendo a Gary saltar de un lado a otro como un niño jugando en el parque (¡y eso que ya es sexagenario!) se creó la impresión de un show divertido y ameno, lo cual se agradeció muchísimo para evitar decaer la ambientación de los alrededores. Como hemos mencionado antes, Nuno desplegó su técnica de una forma sencilla; al menos, para él, ¡claro está! No se olvidó de su patriotismo vecino, pues siendo portugués, la clara influencia folclórica no reprimió; al revés, la sacó como baluarte de su estilo personal. Centrado en los coros, Pat nos repartió graves que cogimos cual dulce apetitoso, degustando la potencia que el bajo había impregnado en cada línea o nota. A través de un sonido demasiado bueno para ser verdad, la banda discurrió por cada trabajo en estudio hasta que «Get the Funk Out» y «Rise» cerraron la actuación sin que la gente dejase de ovacionar, chillar o pedir más bises. Los cientos de ventas en el merchandising indicaron el buen triunfo en el Coliseo, lo cual era evidente. Sin embargo, la bestialidad de show que se vivió no la previó ni el fan más fan de Extreme.




 

Judas Priest


Poco antes del Rock Imperivm, una sabia persona a quien respeto mucho me dijo: “Halford es el Dios del Heavy Metal”. Le creí sin dudar y ese error me costó derramar lágrimas tan pesadas como yunques. No, Halford no es el Dios del metal/rock, es la personificación del mismo, tenga los años que tenga. Con el Coliseo lleno a más no poder y un abarrotamiento tan bestia como los elementos sanguíneos en circulación continua, el símbolo de Judas Priest se alzó ante los presentes, el aire no se atrevió a soplar, el corazón cayó en bloqueo total y la pantalla digital iluminó el escudo invencible de una banda que reparte música sin normas ni ataduras, pues su voluntad ya es la misma ley en sí. De repente, «Panic Attack» explosionó con la salida de Richie y Andy, los geniales guitarristas que han recibido el legado de los admirados y reconocidos Tipton y Downing. Fuego real, iluminación por doquier, algarabía desbocada… Y apareció el más grande, el más mítico, el único e inconfundible Rob Halford envuelto en un atuendo digno de su estatus artístico. Esa voz aguda no envejece ni queriendo, pues está hecha para durar y hacer que la gente enloquezca con «You’ve Got Another Thing Comin’» y la declaración universal de «Breaking Law» con la reivindicación de la escena sajona en la historia musical extrema. ¿Por qué Halford se inclinaba ante el público y les hacía reverencias de agradecimiento? Los miles y miles de asistentes son quienes deberían rendirse a sus pies, y fueron pocos quienes tuvieron el honor de hacerlo. Algo escondido en la retaguardia, el único fundador original no quiso robar protagonismo a los compañeros. Sin embargo, sabemos de la importancia de Ian en Judas Priest, de modo que sus graves tuvieron su importancia constante junto a su semblate serio y simpático a la vez. Elevado por su condición de guía estructural, Scott repartió golpes a su batería con la habilidad de un herrero que forja las mejores armas de un ejército imparable. El decorado y la escenificación con las imágenes digitales no tuvieron interés alguno, pues los sentidos estaban clavados en el legendario quinteto.


A la izquierda como figura clave solista de la banda, Richie Faulker enseñó su resistencia a las mayores adversidades, ¡hasta si son cardiopatías letales! Su pulida técnica era difícil de seguir; no tanto el vínculo social hacia un público que no dudaba en auparle al estrellato y más allá. De la misma manera pero algo más estático, Andy no se apartó de Ian, demostrando que el núcleo estructural de canciones como «Love Bites» y «Sinner» recaían en ambos, así que fallar no era una opción viable. Ver la alegría y sonrisas de Richie no tenía precio, al igual que sus gestos y honores hacia Judas Priest y su simbología. De vuelta al icónico líder, Halford se merendó a los detractores y haters de su voz y sistema fonético, pues con «Turbo Lover» y «Victim of Changes» no se podía distinguir el paso de los años, uniendo el pasado y el presente en una entramado de potencia laríngea, fuerza de voluntad y dedicación al mundo del metal/rock.. Quien no reconociese los redobles de «Painkiller» merece el destierro sin redención, porque todo, absolutamente todo el Coliseo cantó la oda que quebró las leyes sonoras en 1990. Y no sólo fue ahí, porque «Electric Eye» también obtuvo su buen pedazo de nostalgia gracias al puro sonido técnico que Richie y Andy desarrollaron en sus guitarras. Los ritmos y solos se clavaron al nanómetro en todos los temas, lo cual evidenció la alta sincronización mutua de los artistas. El último punto álgido de los miles que hubo llegó cuando Halford sacó su esencia motera en «Hell Bent for Leather» con la fusta en la boca. ¡Así es como se entra a un concierto, joder! Si hay que pegar a Richie en el culo, ¡que no se dude! ¿Intimidar a Ian e Andy? ¡El rugir de la moto bien lo consigue! Espectáculo a raudales y «Living After Midnight» establece la fiesta que todos queremos. Cantos corales, imitación guitarrera, bombos en éxtasis… ¡Esto es Judas Priest y no valen las excusas! Dispuesto a aniquilar a toda la Policía, Guardia Civil y DGT nacional, Halford abandonó a los mortales con el denso humo rodeándole mientras el resto de músicos se ducharon el diverso elenco de muestras de apoyo y cariño. Así se vivió, así lo contamos y así esperamos volver a ver a Judas Priest llevando el metal/rock por todos las naciones de la Tierra.




 

In Extremo


Después del pelotazo que Judas Priest se marcó con elegancia, heavicidad y mucha actitud, la calma folklórica de In Extremo finalizó la primera jornada del Rock Imperivm. Decimos que hubo tranquilidad porque igualar a Halford y compañía es imposible, así que el disfrute de la medianoche se quedó a cargo del estilo medieval que la banda alemana ha convertido en una fuente de inspiración para quienes adoran la presencia de múltiples instrumentos que han marcado la historia de la Humanidad, como arpas, gaitas o zanfoñas. Liderada por el divertido y bromista cantante Rhein, In Extremo reconoció la osadía de aquellos que permanecimos en el recinto sin sucumbir a la extenuación total que nos evocó Judas Priest. Nadie podía negar que, por muy cansados que estuviésemos, fuerzas para saltar y cantar teníamos de sobra. Fuera en alemán, bávaro o idioma desconocido, el público concentró la voz en el unísono de los coros que, aparte de los artistas, elevó un sonido de alegría y disfrute que hasta Berlín se oyó claramente.


Todos echamos en falta el uso del fuego y la pirotecnia que avivan la escenificación de los temas, pero tampoco fue necesario caldear el ambiente más. In Extremo lo sabía, de modo que encauzó su setlist con un elenco de temas variados y breves, dando tiempo a percibir casi veinte temas. Toda una hazaña que tuvo momentos especiales, como la presentación de temas pertenecientes a nuevo álbum que se lanzará en breve o la conocida versión sueca de «Herr Mannelig», la cual levantó la admiración de los asistentes. Aunque el sonido no siempre era del todo nítido y la injerencia instrumental poseía su aparición continua, las arpas y flautas obtuvieron un plus armónico que embellecía los temas y animaba a danzar. Lo mismo ocurrió con las gaitas, partícipes del interés general y que pusieron el foco en André y Marco a los lados del escenario. Con la batería al alza, Sebastian hizo que su guitarra retomase cierto protagonismo en los solos, pero se le eclipsó bastante. A pesar de las dificultades técnicas y la sencillez del decorado, In Extremo se colgó una medalla de superación en el Coliseo y se marcharon con la cabeza bien alta, recibiendo un merecido abrazo del público nacional.




 

Fotografía: alberto@metaltrip.com

Prensa: Alberto Wesker V.S. y Ramón G.R.
Source: metaltrip.com

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